El 1 de Junio de 1921 el general Silvestre en contra de la opinión del Alto Comisario Berenguer y en contra del parecer de sus oficiales encabezados por el coronel Morales, ordenó la ocupación de Abarrán. Desde ese altozano de quinientos veinticinco metros de altitud, se podría vigilar Sidi Dris, una plaza estratégica en el obsesivo empeño de Silvestre de consolidar su posición en la bahía de Alhucemas.
En Sidi Dris, en la cima de un cerro, al borde de un acantilado a 50 metros sobre el nivel del mar, existía una posición y fortificación ocupada por las tropas españolas desde el 12 de marzo de 1921 tras la operación conocida como desembarco de Sidi Dris.
La ocupación de Abarrán se realizó apoyados por la cabila amiga de los Tensaman que informó al Comandante Villar de la presencia de una gran harca de beniurriagueles, la cabila de Abd el-Krim, y de bocoyas; unos 3.000 hombres a pie y a caballo. Por ello le aconsejó realizar la ocupación con no menos de tres columnas de 2.000 hombres cada una. Algo que no fue tenido en cuenta y ni siquiera se realizó un previo y preceptivo reconocimiento del terreno.
A las cinco de la madrugada del 1 de junio, el comandante Villar salió de Annual con 1.500 hombres. Los preparativos se habían hecho con sigilo y nocturnidad para contar con el factor sorpresa. Pero la sorpresa se la habían llevado los españoles cuando vieron que los moros hostiles observaban la operación de principio a fin y se avisaban de los movimientos españoles por medio de hogueras encendidas en las cumbres que circundan Annual.
El destacamento que ocupó el monte Abarrán solo pudo construir una posición deficiente. Además de la preocupante falta de agua, las piedras calizas no daban fortaleza al parapeto, los postes de las alambradas se desclavaban con facilidad y los sacos podridos se desfondaban al llenarlos de tierra, por lo que con gran trabajo se consiguió un parapeto sin altura suficiente para garantizar la seguridad de los defensores.
En esta precaria posición quedó como guarnición una dotación de 28 artilleros mandados por el teniente Diego Flomesta Moya y 3 soldados a cargo de la estación óptica, todos ellos españoles. El resto era tropa indígena mandada por oficiales españoles e indígenas. Una compañía de Regulares, 100 hombres, bajo el mando del capitán Juan Salafranca Barrio jefe de la posición, y de los tenientes Vicente Camino, Antonio Reyes y un oficial moro. Una mía de la Policía Indígena, 100 efectivos, mandada por el capitán Ramón Huelva y por el teniente Luis Fernández. Y una harca auxiliar de, aproximadamente, 250 tensamanes.
A las 2 de la tarde, solo cuatro horas más tarde desde que la columna del comandante Villar hubiese abandonado la posición camino de Annual, se oyeron los primeros disparos. Abarrán estaba siendo atacado.
Los beniurriagueles asaltaron la posición y durante las cuatro horas que duró la munición no cesó en ningún momento el fuego de artillería. El teniente Flomesta, a pesar de estar herido desde los inicios del combate, dirigió el fuego hasta el final. La policía indígena y los tensamanes asesinaron a sus oficiales y se pasaron al enemigo. Por el contrario, la mayor parte de los Regulares siguieron leales a su jefe, el capitán Salafranca que, a pesar de recibir varias heridas graves, siguió peleando y ordenó la evacuación de la posición al teniente Flomesta. Por su heroica actuación en la defensa de la posición recibiría la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo.
Flomesta que había recibido un impacto en el brazo y otro en la cabeza, comienza a inutilizar las piezas antes de abandonarlas. Consigue junto a sus artilleros anular tres de las cuatro piezas, pero en el transcurso de la operación sufren muchas bajas y él es herido nuevamente cayendo desmayado antes de dejar inoperativo el último cañón.
Agotada la artillería, los defensores fueron arrollados y aniquilados. Salvo los 140 defensores que consiguieron huir hacia Annual todos los demás prisioneros fueron asesinados, lo habitual entre los rifeños. Solo dejaron vivo al teniente de artillería Flomesta para que les enseñara a reparar y utilizar los cañones tomados a los españoles. Al comprobar que el teniente se negaba rotundamente a sus exigencias fue abandonado a su suerte sin comer y sin ser curado de sus heridas. Murió de inanición el día 30 de ese mismo mes.
Le fue concedida la Laureada de San Fernando a título póstumo, el 23 de junio de 1923.
El Expediente Picasso transcribe en una de las muchas cartas encontradas en Annual la del oficial de artillería D. Ernesto Nougués y Barrera, caído en el Desastre y cuyas líneas finales decían así:
“(…) En fin, que hay en África para rato si Dios no lo remedia…El Teniente de Artillería que estaba en la posición que se comieron (se refiere al teniente D. Diego Flomesta y Moya) ha muerto en el cautiverio hace pocos días. El pobre ha debido de pasar ratos horribles.
Fue el único oficial que cogieron vivo, y como era de Artillería, intentaron curarle las dos heridas y utilizarle después para instruirles en el manejo de las piezas; él, que vio el horroroso porvenir que se le presentaba, se negó a tomar alimentos y ha muerto de hambre. Un verdadero héroe que nadie conoce y del que nadie hablará”
No fue así. Hoy el teniente D. Diego Flomesta y Moya y los valores que inspira son recordados en la Academia de Artillería de Segovia de la que fue alumno y donde se expone una placa honorífica ubicada en su emblemático Patio de Órdenes e inaugurada en un emotivo acto el 2 de junio de 1924 por el general Primo de Rivera. También lleva su nombre la USBAD encuadrada en la Comandancia General de Melilla.
Que su lealtad, abnegación y sacrificio permanezca siempre en nuestro recuerdo.