En la historia de las civilizaciones hay una referencia reiterada a la aparición de epidemias que, de forma inesperada, irrumpen en las sociedades causando un gran impacto no solo en el aspecto sanitario sino también el orden social y económico.
Las primeras epidemias ya quedaban reflejadas en las obras literarias de la antigüedad e incluso en los libros sagrados como la Torá hebraica. En ellos podemos encontrar las referencias a distintos estallidos epidémicos que se mencionan con el nombre de pestes. Estas epidemias tuvieron una incidencia muy diversa, pero siempre constituyeron una inquietante realidad, cuyo origen desconocido, los pueblos antiguos siempre asociaban a castigos divinos.
Los hititas en Anatolia, los griegos de Ática en tiempos de Pericles, los romanos en diversos momentos de su historia, los cartagineses en el asedio de Siracusa y los bizantinos en tiempo de Justiniano, sufrieron epidemias que pese a la escasez de datos conocidos, confirmaron su existencia gracias a una incidencia particularmente fuerte en la población que quedó reflejado en sus propias historias.
Sin embargo fue entre 1347 y 1349 cuando la pandemia que asoló a Europa tuvo nombre propio, la Peste Negra. Su índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya fuese como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, contabilizando desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados. La Peste Negra fue una catástrofe demográfica, que unido al regreso de la epidemia en años posteriores fue segando las jóvenes generaciones y alteró el régimen demográfico, económico y social.
La peor pandemia del siglo XX fue la llamada “Gripe Española” de 1918, la cual según estimaciones de la OMS cobró entre 40 y 50 millones de víctimas alrededor del mundo. A día de hoy el mundo se encuentra inmerso en la pandemia producida por un coronavirus. Los efectos del Covid 19 aún no son cuantificables, pero podemos afirmar que sus consecuencias serán nefastas y producirá a largo plazo cambios geoestratégicos en el equilibrio mundial.
En términos generales la esencia de una amenaza a la seguridad es “una acción o secuencia de eventos que amenaza drásticamente y en un período de tiempo relativamente breve, con degradar la calidad de vida de los habitantes de un estado” (1). Por tanto existen razones suficientes para considerar las pandemias como una de las amenazas para la denominada “seguridad nacional”. En términos de alcance, su grave impacto puede ser comparable al de una guerra, ya que un brote infeccioso con un amplio espectro de contagios, puede causar millones de muertes a nivel mundial, desestabilizar gobiernos, paralizar el comercio y el transporte mundial, afectar negativamente a la economía mundial e incluso presentar consecuencias geopolíticas significativas.
Para conjurar esta amenaza, España cuenta con la Estrategia de Seguridad Nacional de 2017 que junto a los desafíos tradicionales e identificados, incorpora como un nuevo ámbito de actuación, la seguridad frente a pandemias y epidemias y pone el énfasis, además, en la naturaleza híbrida de los conflictos actuales, entendida como la combinación de acciones que pueden incluir, junto al uso de métodos militares tradicionales, ciberataques, operaciones de manipulación de la información o elementos de presión económica.
Por lo tanto dado que es imposible predecir cuándo, cómo y dónde se va a producir una pandemia, lo que sí se puede hacer es optar por la preparación y la prevención. Se requiere una aproximación integral y coordinada entre varios sectores y disciplinas para fortalecer los sistemas de salud pública, la inversión en I+D para implementar respuestas médicas que contrarresten los efectos nocivos del agente infeccioso y, la necesidad de la cooperación a nivel internacional. En este sentido está establecido un Sistema de Alerta Precoz y Respuesta de Salud Pública (SAPR) para la rápida notificación de alertas a nivel de la Unión Europea relacionadas con amenazas transfronterizas graves para la salud. Este sistema se ha utilizado con éxito para alertar, intercambiar información y coordinar medidas en respuesta a brotes anteriores, como los de SARS, gripe pandémica A (H1N1), ébola, Zika y otros brotes transfronterizos de enfermedades transmisibles.
En este contexto la participación de las Fuerzas Armadas es de vital importancia y tiene varios frentes de acción. En primer lugar el ejército tiene una amplia experiencia en planificación y manejo de crisis, lo que se traduce en rapidez y eficacia para evaluar y gestionar las necesidades y los recursos que se necesitan. Su propia estructura interna las convierte en un equipo eficiente y versátil, con una gran capacidad logística.
En segundo lugar las Fuerzas Armadas disponen del Centro Militar de Farmacia de la Defensa, que es el centro de referencia para la producción, distribución, almacenamiento y custodia de medicamentos y productos sanitarios por causas excepcionales relacionadas con la salud pública (como puedan ser las emergencias epidémicas) y la elaboración de antídotos ante agresiones nucleares y químicas al ser el único laboratorio productor de medicamentos adscrito a la Administración General del Estado.
Por su parte la preparación de las Fuerzas Armadas y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para afrontar un ataque con armas biológicas también servirá como defensa frente a brotes infecciosos de origen natural.
Y por último la vocación de servicio de las Fuerzas Armadas pone a disposición de la población española sus mejores capacidades personales, proporcionándole la sensación de seguridad y protección que necesitan para afrontar con determinación los momentos más críticos de la pandemia. Así lo están demostrando los miembros de los tres Ejércitos que han desplegado su potencial donde se les necesita, dejando patente su compromiso de servicio y lealtad al pueblo español.
Mercedes Pordomingo Esteban
Teniente RV