En los últimos meses en muchos lugares de España se han repetido los homenajes a los soldados que murieron en el llamado Desastre de Annual, del que este año se cumple el Centenario.
Se estima que fueron unos 10000 soldados los que murieron en el verano de 1921 en la retirada de las tropas españolas desde Annual hasta Melilla. Una cifra que por si sola exigiría un acto de homenaje a nivel de Estado. Pero no es España un país proclive a honrar a sus héroes, ni siquiera cuando su acción es encomiable, por lo que pretender que los poderes del Estado reconozcan una derrota es cuando menos improbable. Sin embargo las derrotas son parte de nuestra historia y cómo tales deberían ser motivo de reflexión y aprendizaje, algo que no ha entrado entre los propósitos de ningún gobierno español desde que ocurrieron estos hechos, que se convirtieron en un punto de inflexión en nuestra historia.
Sin embargo más allá de los propios acontecimientos, de sus causas y de sus consecuencias hay una obligación moral de reconocimiento y de recuerdo hacia quiénes sufrieron la tragedia de morir en condiciones terribles en nombre de una nación, que prefiere cubrirlos con el polvo del olvido antes que reconocer sus propios errores. Ningún gobierno desde hace cien años ha sido capaz de abordar este momento histórico con altura de miras. Ninguno ha sabido meterse en el barro de la historia para rescatar la memoria de los que cayeron masacrados por la sed, la angustia y las gumías rifeñas. Han preferido desviar la mirada y dejar que aquellos hombres y su historia se difumine y quede reducida a un párrafo en los escuetos libros de texto.
Pero a pesar de la actitud impasible cuando no evasiva de los poderes públicos, que incluso consiguieron retrasar 90 años la concesión de la Laureada de San Fernando al Regimiento de Caballería Alcántara, no todos los españoles les olvidaron. Siguieron presentes en los miles de hogares donde durante dos generaciones se ha sentido el vacío de los padres, maridos o hermanos que fueron a África y no volvieron,y siguen presentes en sus compañeros de armas que siempre les han recordado, porque los militares nunca olvidan a sus caídos.
Para los militares es un deber de lealtad recoger y guardar la memoria de todos los soldados que a lo largo de todos los tiempos murieron con las botas puestas. Y así lo han hecho también con sus compañeros que murieron en las áridas tierras del Rif en el verano de 1921.
Cada día al llegar el ocaso se ha elevado el toque de oración por ellos. Por todos ellos. Por los que plantaron cara al enemigo, por los que defendieron su posición más allá de lo exigible, por los que protegieron la retirada de sus compañeros, por los oficiales que empeñaron su esfuerzo en mantener el orden y la disciplina, por los que presas del pánico no supieron estar a la altura de lo que se demandaba de ellos, por los que fueron torturados y rematados sin piedad y por los que sacrificaron su vida por defender a sus compañeros heridos.
Hoy día de los Difuntos, día del soldado caído, quiero recordar a todos los soldados españoles que se quedaron para siempre en el campo de batalla del Rif, quiero recordarles con sus nombres propios, y quiero elevar mi oración por todos y cada uno de ellos, para que encuentren el descanso eterno y nuestro recuerdo permanente les haga inmortales.