Durante ochenta años, entre los siglos XVI y XVII, los Tercios españoles combatieron en Flandes enfrentándose a dos problemas insuperables: la distancia y los costes.
En una época en la que el soldado habría de cubrir con la soldada sus necesidades de alimentación, vestuario, armamento y municiones, los retrasos y limitaciones en la llegada de recursos monetarios y, por tanto, en el abono de las pagas, hicieron necesario que el ejército se fuera haciendo cargo progresivamente de al adquisición, almacenamiento, y distribución de estos recursos, además de los de carácter general.
Era más fácil y seguro que el Ejército contrajera deudas con los comerciantes asentistas que lo abastecían, haciéndose cargo de los suministros a la tropa y descontando el importe de su soldada, que permitir que los soldados quedaran desabastecidos cuando no podían pagar.
Ello obligó a España a crear un verdadero sistema logístico, unos procedimientos y una compleja y exacta administración.
Como complemento al mismo se realizó también una importante acción social, así se crearon los hospitales militares permanentes al costo de un real al mes de la soldada, viviendas militares, servicio de testamentaría y pensiones por matrimonio.
Pero no todo podía obtenerse por explotación local: España tenía que enviar desde la metrópoli hombres, dinero y algunos recursos.
La ruta del mar, desde los puertos del Cantábrico a través del Canal de la Mancha era demasiado insegura por el dominio naval que ejercía Inglaterra, Francia y Holanda. Fue preciso acudir al envío desde los puertos mediterráneos hasta Génova y desde allí por tierra hasta Flandes, a través de un corredor militar, por la famosa ruta conocida entonces como el “Camino Español”.
Ideado en 1563 por el Cardenal Granvela y empleado por primera vez por el Duque de Alba en 1567 para trasladar a su Ejército, este corredor partía desde Génova y seguía por Milán, Saboya, El Franco-Condado, Lorena, Luxemburgo y los Países Bajos, aprovechando una franja de terreno propio o amistoso con abundancia de itinerarios paralelos, que fue una verdadera ruta principal de abastecimiento y evacuación.
Del tremendo esfuerzo logístico, de organización y previsión nos da idea el hecho de que había que calcular las necesidades de vida, alojamiento y transporte con antelación suficiente a la salida de cada expedición y para un período superior a un mes.
Cada expedición era precedida entonces por comisarios especiales que acordaban con los Gobiernos correspondientes, según el “plan previsto”, los itinerarios, los fines de etapa y los recursos necesarios.
En este sistema de etapas, los asentistas locales designados por los Gobiernos correspondientes adquirían los abastecimientos previstos a los precios convenidos, los almacenaban en la etapa y, cuando la expedición llegaba, oficiales aposentadores se hacían cargo de los mismos, pagaban mediante recibo contra el Tesoro Militar del ejército de Flandes y distribuían.
Así se obtenían a lo largo del Camino Español no solo todo tipo de abastecimientos, sino los servicios complementarios precisos, como los de alojamiento y transporte.
Más tarde en la tranquilidad de la Oficina de Cuentas del ejército, un funcionario comprobaría los recibos, abonaría su importe y calcularía laboriosamente el coste de los abastecimientos y servicios deducibles proporcionados a cada soldado u oficial, y lo descontaría de su soldada.
Las gestas militares de nuestros Tercios de Flandes se han llevado la gloria pero no deben oscurecer el tremendo esfuerzo logístico-humano, organizativo, administrativo, que suponía llevar y mantener cada uno de nuestros soldados. Este esfuerzo fue tan patente y asombroso que ha quedado inscrito en nuestro refranero popular como “Poner una pica en Flandes “ que no es solo sinónimo de realizar lo imposible, es también un homenaje a la Logística de nuestros Tercios y un ejemplo a seguir.